viernes, 18 de diciembre de 2009

Última parada

. Subimos al subterráneo sin pensar demasiado, deslumbrados por la novedad del turista novato y pajuerano. Teníamos que hacer unas cuantas estaciones y estaríamos en pleno Central Park y caminando por la "fifth avenue".
. Mientras el subterráneo avanzaba en su recorrido, nosotros charlábamos sobre las cosas que debíamos visitar y las prioridades turísticas para esa escueta semana que nos daba el triángulo Buenos Aires-Nueva York-Madrid.
. Algo que me sorprendió de la gente de la Gran Manzana es que, si notaban que te habían movido el flequillo con la briza de su paso, inmediátamente se disculpaban de forma enfermiza. Uno esperaba que en algún momento, alguno se pusiera de rodillas, llorando y suplicando perdón porque te había tocado con el sobretodo. Esto sucedía en pleno centro de Manhattan, en especial con la gente de traje y sobretodo; a medida que te acercas a los barrios, la gente se vuelve más normal.
. En un momento subieron al vagón un grupo de muchachos "hiphoperos". Uno de ellos llevaba un enorme minicomponente sobre el hombro y escuchaban música a todo volumen, mientras miraban con cara parda, pero adolescente, al resto del pasaje. Me pareció muy "pintoresco" y amenizaron el viaje durante tres estaciones. Le dieron un respiro a la paranoia del "I´m sorry" que en solo un día consiguió hincharme las pelotas. Seguimos charlando sobre pavadas, mientras las estaciones pasaban; yo cada tanto miraba los carteles para ver si era nuestra parada... hasta que en un momento comencé a darme cuenta. Miré la rubia cabellera de Mimadre, pegué una rápida recorrida visual por el vagón y me acerque al oído de Mimadre para decirle: "ma, ¿te diste cuenta que desde hace tres estaciones ya no hay más gente blanca en el vagón?". Creo que ella no entendió lo que le quise decir, porque lo tomó como una casualidad divertida.
. Dos estaciones más tarde comenzó a incomodarme que la señora que estaba sentada delante nuestro nos mirara fijo. Cuando el tren se detuvo en la siguiente estación, la señora miró a las dos personas que tenia a su lado, quienes le devolvieron la misma mirada interrogante. Nosotros seguíamos sentados en nuestros lugares. La mujer se acercó a nosotros y nos dijo "esta es la última parada", con voz compungida, y salió del vagón. Cuando salimos busqué el cartel con el nombre de la estación, que confirmó mis sospechas: "BRONX".
. Nos acercamos a un hombre que estaba apoyado sobre una baranda, con las piernas cruzadas y embotado detrás de un enorme periódico. "Disculpe ¿para ir a la quinta avenida?". El hombre bajó el periódico y su sonrisa perlada se transfiguró en preocupación de enormes y blancos ojos saltones cuando vio a las dos personas que le hablaban. "¿¡Manhattan!?", dijo, y sin siquiera esperar una confirmación, miró rápidamente a ambos lados, nos tomó de los hombros, nos giró y empujó rápida pero gentilmente en un recorrido indescifrable por unas escaleras hasta que nos metió dentro de un vagón del subterráneo que volvía. Esperó en la puerta -mirando hacia los dos lados como un guardián- hasta que se cerró y el tren comenzó su marcha de vuelta.


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