. En una etapa de fiestas adolescentes en casa, se nos dio por comprar tequila. Como en general a esas fiestas asistían amigos míos y de mis hermanos que, a su vez, pertenecían a diferentes grupos, la función del tequila era amalgamar. Cuando se arman fiestas con gente proveniente de diversos círculos, estos tienden a sectorizarse y no a mezclarse, por lo que queda un grupito acá, otro allá, otro que se apodera de la bandeja de CDs, unos que se van afuera, etc. Pero, cuando aparecía el ritual del tequila, todos se reunían en una gran mesa y comenzaban a mezclarse. Para la tercera ronda era un solo grupo de gente charlando y aparecía una guitarra, se cantaba a capella o se formaba una masa de gente en el medio del ambiente y cada canción se bailaba con una persona distinta. Si; éramos jóvenes, lindos y creíamos que nos llevábamos el mundo por delante.
. De esas juergas, en alguna ocasión sobró algún culito de tequila que descansó durante un tiempo en el mueble de bebidas hasta que Mimadre aprovechó para probarlo.
. A la pregunta de “¿y esto, cómo se toma?", Mis hermanos y yo armamos una mesa con un limón cortado en 4 gajos, un toc-toc y un platito con sal. Mi hermano explicó: “Mojate el dorso de la mano así, con la lengua, para que se te pegue la sal. Le das un lengüetazo rápido, tomás el tequila de un saque y después mordés una rodaja de limón para darle sabor.”
. Mimadre se dispuso a probar el tequila. Toc toc servido, se pone sal en la mano y comienza a lamérsela dando un largo lengüetazo, como si fuese un caballo al que le dan un premio, hasta que no le quedo más sal en la mano. Con cara de haber estado chupando sal, toma el toc toc y comienza a beberlo lentamente (tardo unos 7 o 10 eternos segundos en beberse el vasito). A medida que “libaba” el tequila más que tomarlo, su rostro comenzó a deformarse; parecía que Ms. Hyde iba a surgir después de tomar ese brebaje mexicano de dudosa calidad. Se el comenzó a derramar el tequila por la comisura, intentó pararlo con la mano y la mitad de la medida cayó sobre el pulóver de lana. El vasito casi estalla cuando, desesperadamente, lo deja sobre la mesa y agarra un gajo de limón, se lo mete a la boca y comienza a masticar, con cáscara y todo, retorciéndose ante la acides implacable del cítrico. Un minuto después, con la cara roja y lagrimeando, sentencia: “la verdad es que no le encuentro la gracia a esto del tequila.”